Si alguna vez te toco relatar o comentar un
partido, siendo periodista o cronista deportivo, seguramente te gustara este
articulo que compartimos a continuación.
No hay partido de fútbol tras el que no se plantee si el
marcador final ha sido justo o injusto. Cuando el periodista se olvida de
lanzar la pregunta, ya la contesta directamente el jugador, el entrenador o
quien pase por delante del micrófono. Al igual que la valoración de la
actuación del árbitro, de los jugadores o del entrenador, la evaluación del
grado de justicia del tanteo ha pasado a formar parte del ritual de cada
partido finalizado.
No obstante, de un tiempo a esta parte, ando planteándome si
tiene sentido hablar de justicia en estas circunstancias.
Entiendo que el fútbol es un juego complejo en cuyo desarrollo
intervienen múltiples factores. Entre ellos, uno de los más importantes, como
en todo juego, es el azar. Y aunque la habilidad para la práctica de este y
otros deportes consista, precisamente, en reducir al mínimo la influencia de lo
incontrolable, el azar siempre está presente. Y no me refiero sólo a
eventualidades relacionadas con la física, como puede ser un “pique” extraño de la pelota. También interviene en
la toma de decisiones del entrenador, en las del árbitro, y por supuesto y
sobre todo, en las del futbolista, que es quien juega.
Si a lo anterior se añade la circunstancia de que el hombre –y
como tal, el jugador de fútbol– tiene la facultad de cambiar de opinión unas
catorce veces cada tres décimas de segundo, la elección de un futbolista en un
momento dado, aunque esté sujeta a cierto criterio y no sólo al azar, es
impredecible. De este modo, como diría el periodista argentino Dante Panzeri,
el fútbol no es sino dinámica de lo impensado, un arte del imprevisto.
Por otro lado, la finalidad de un juego siempre es entretener,
divertir a quien lo practica o lo mira. Cuando el juego es competición, el
objetivo último es ganar al adversario. En el caso del fútbol, los medios para
conseguir estos propósitos están delimitados por un reglamento que, como se
pueden imaginar, no vincula ni la diversión ni la victoria con el uso de
determinadas tácticas o estrategias. Se puede jugar en largo o en corto, con un
juego asociativo o más dependiente de las individualidades…cada cual se
entretiene más con un tipo de juego que con otro, pero quien quiera ganar
tendrá marcar más goles que el rival.
Llegado este punto, si el fútbol está determinado por el azar,
es imprevisible, puede divertir y/o entretener siendo jugado de muchas formas
distintas pero sólo se consigue la victoria marcando más goles que el
contrario, ¿qué sentido tiene cuestionar la justicia de un marcador final?
Después de darle muchas vueltas, creo que he encontrado una
respuesta que, sin convencerme, podría explicar la mentada recurrencia a la
cuestión sobre la justicia del marcador. Así pues, un buen punto de partida es
tener en cuenta la dimensión que ha adquirido el fútbol como espectáculo.
Atendiendo a esta consideración, cada partido sería interpretado por el
espectador y el jugador como un relato cuyo devenir debería responder a ciertas
convenciones narrativas. De este modo, el desenlace del encuentro que se
concreta en el resultado final habría de cumplir con la justicia poética: debe
ganar quien ha jugado “mejor” (porque ha creado más ocasiones de gol, porque ha
gozado de mayor posesión de pelota, porque ha empleado tal o cual estrategia que
entusiasma a quien hace el juicio etc.).
Pero, maldita sea, no me convenzo ni a mí mismo…
Que nadie me malinterprete. Yo también pienso que la estrategia
más eficaz para conseguir la victoria es la que se fundamenta en el dominio la
pelota y en la asunción de la iniciativa en el ataque. Y puede que sea la más
bonita o la más divertida, eso ya es subjetivo. Pero el fútbol, aunque sea
espectáculo, no es literatura. Es un juego y en gran medida su atractivo
reside, precisamente, en la independencia del resultado con respecto a la
justicia poética.
El fútbol es así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario